Foro: Cómo gestionar el riesgo sistémico contra huracanes y pandemias

Los huracanes Eta e Iota y la covid-19 ponen en la palestra la adaptación y la reducción del peligro de desastre

“Este artículo es una publicación original realizada en la sección de Opinión del Periódico La Nación de Costa Rica, del 29 de noviembre  del 2020. Acceso al artículo original Aqui

Por: Andrea Vincent, Allan Lavell, Ana María Durán, Alice Brenes Maykall, Lenin Corrales, Pascal Girot y Omar Lizano miembros del Consejo Científico de Cambio Climático de Costa Rica (4C).

Los huracanes Eta e Iota golpearon a una Centroamérica que afrontaba la pandemia de covid-19, acarreando altos costos económicos y sociales especialmente para quienes viven en condiciones de vulnerabilidad y pobreza.

El impacto indirecto de huracanes en Costa Rica es común; no obstante, Otto, en noviembre del 2016, reveló la posibilidad de afectaciones directas en forma de tormentas tropicales de menor intensidad en múltiples ocasiones.

Los escenarios futuros sugieren un aumento en la frecuencia e intensidad de los huracanes e incertidumbre en cuanto a sus nuevas trayectorias.

Las pérdidas económicas asociadas a eventos extremos (fenómenos atmosféricos, sísmicos y volcánicos), sin contar los costos asociados a otros más recurrentes y de menor escala, se calculan en $2.210 millones entre el 2005 y el 2017 en infraestructura, servicios y producción.

Las pérdidas debidas a la influencia indirecta de Eta ascienden a $14,5 millones en daños en infraestructura y 325.000 afectados, lo cual agrava la crisis económica y fiscal preexistente y la vulnerabilidad de la población más pobre.

Incremento de la frecuencia. Lejos de ser una situación anómala esta combinación de amenazas probablemente marque un hecho cada vez más frecuente.

Los acuerdos internacionales sobre riesgo de desastres de Hyogo (2005) y de Sendái (2015) reconocen que en una sociedad cada vez más densamente poblada, globalizada e interconectada, el riesgo es sistémico y transciende las barreras de lo económico, social y ambiental.

Por ejemplo, el riesgo de enfermedades zoonóticas como la covid-19 aumenta con factores que incrementan la probabilidad de transmisión entre animales silvestres y humanos (p. ej. crecimiento poblacional, deforestación).

La pandemia no solo resulta de la transmisibilidad del virus, sino también de la interconectividad de un mundo globalizado.

Esta situación sistémica resalta pautas que no deben ser ignoradas en materia de gestión de riesgo. El huracán Eta trae a colación la adaptación y la reducción del peligro de desastre.

La respuesta nacional a Eta se caracterizó por medidas de gestión reactivas y de emergencia de gran costo, seguidas por medidas de recuperación, reconstrucción y compensación a un costo aún mayor.

Los acuerdos de Hyogo y Sendái insisten en la adopción de una gestión integral del riesgo que busque reducir ex ante e impedir la construcción de riesgo en el futuro. Se trata de invertir en la sostenibilidad y seguridad de los medios de vida y de la infraestructura, no solamente de la acción puntual pre y posimpacto.

El país no está preparado. En nuestra «estrategia país» se hace hincapié en estos elementos, pero falta lograr muchos mayores niveles de ejecución.

Esto implica la toma de decisión con base en evidencia científica y mejorías radicales en el uso de los recursos, ya que si a duras penas se atienden las amenazas climáticas actuales, ¿cómo vamos a enfrentar los impactos del cambio climático?

Costa Rica promueve la mitigación del cambio climático y la carbono neutralidad. Sin embargo, en un país cuyas emisiones globales de gases de efecto de invernadero alcanzan el 0,04 %, es preocupante que no haya una inversión similar para adaptación y reducción de la amenaza de desastre.

La prevención y el control de la creación de nuevo riesgo deben volverse parámetros medulares para el desarrollo de nuestro país. Las instituciones y organizaciones públicas y privadas que promueven y efectivizan el crecimiento económico y el desarrollo deben obligatoriamente incorporar mecanismos de análisis y evaluación de riesgo, y tomar las medidas necesarias para mantenerlo en niveles socialmente aceptables.

Costa Rica tiene múltiples precedentes en la gestión correctiva y prospectiva del riesgo, como la prohibición del uso de adobe después del terremoto de Cartago (1910), la reforestación de las pendientes del volcán Irazú tras la erupción (1963) y el exitoso reasentamiento de Chinchona (2009).

Esto nos demuestra que sí es posible dar ese salto. En Centroamérica, Eta e Iota, Otto (2016), Nate (2017), Mitch (1998) y Joan (1988) nos enseñaron que los desastres y el riesgo que los antecede no son naturales, sino socialmente construidos. El costo de no actuar acorde con estas lecciones será muy caro.

El espacio verde urbano es aún más importante en una pandemia

“Este artículo es una publicación original realizada en el Blog Infraestructura Verde del Suplemento Ojo al Clima del Semanario Universidad, del 8 julio  del 2020”

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Siete de cada diez costarricenses ya vivimos en zonas urbanas por lo que cada vez más habitantes del país pierden vínculos estrechos con la naturaleza, pero la naturaleza sigue conformando la sociedad, la economía y la identidad de Costa Rica.

A medida que la pandemia de COVID-19 ha ido limitando nuestra posibilidad de movernos por la necesidad de estar confinados, ya sea por causas obligatorias o simplemente porque sentimos temor al contagio, y con ello a limitar nuestra interacción con el aire libre, la necesidad de conectarnos con la naturaleza se ha hecho cada vez más evidente, lo que demuestra el papel fundamental que podría desempeñar un parque en la ciudad.

La medida ha sido cerrarlos, probablemente porque en los centros urbanos estos son demasiado pequeños para limitar o evitar el contagio y porque los tres parques más grandes que tiene la Gran Área Metropolitana (GAM) me imagino se verían abarrotados de ciudadanos deseosos de cambiar su estado de confinamiento al menos por unas pocas horas.

Los parques son esenciales para aumentar el hábitat natural en las ciudades, proporcionando espacio para la recreación y conexión social, y mejorar nuestro bienestar mental y físico, ya que  le dan a la gente el espacio para respirar, moverse, relajarse y conectarse con la naturaleza y con los demás.

Nunca antes ha sido tan clara la interconexión entre las cuestiones sanitarias, sociales, económicas y ambientales mostradas por el desarrollo de esta pandemia de COVID-19. Por esta razón, debemos abordar la pandemia de una manera holística donde podamos equilibrar la gestión comunitaria urgente inmediata, como la atención de la salud y la seguridad alimentaria, con una visión de largo plazo y considerar el papel de los espacios verdes en la resiliencia de las ciudades.

En una visión más compleja, que se añade a la situación del daño causado por la pandemia, está el tema de las situaciones de hacinamiento comunitario y el de la desigualdad verde en las ciudades, porque no en todos los barrios existen espacios verdes de calidad y de un tamaño adecuado que pudieran ayudar a la relajación y llevar con mayor aceptación el confinamiento como mínimo de barrio.

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Los parques históricamente han servido para aquellos ciudadanos de ingresos bajos que no necesariamente tienen los recursos para escapar a la naturaleza fuera de la ciudades, es por ello que, para hacer frente a esta desigualdad entre los habitantes de la ciudad, debemos ponerle atención y revitalizar los parques en todos los barrios y porque no plantearse la necesidad de que la GAM cuente con grandes parques urbanos.

Los beneficios de los parques urbanos van más allá de la recreación, ya que ayudan a gestionar el riesgo de inundaciones, secuestran el carbono de la atmósfera, reducen la contaminación del aire y ayudan a mitigar una de las amenazas en mayor crecimiento dentro de las ciudades, su calentamiento. Pero además, pueden ser importantes revitalizadores del sector cultural y de innovación para atender necesidades sociales, económicas y de salud que surgirán o quedarán como facturas de esta crisis pandémica.

No debemos olvidar nuestro problema a más largo plazo como sociedad: el cambio climático. Los parques y los espacios abiertos son elementos vitales para mejorar el entorno urbano y mitigar el cambio climático.

A medida que las temperaturas aumentan en las ciudades, la selección adecuada del material vegetal se vuelve vital, ya que la vegetación es importante para regular la temperatura del aire. El efecto de isla de calor urbano, el fenómeno de temperaturas más altas en las zonas urbanas debido a la absorción de la radiación solar por los edificios y las superficies pavimentadas, se acentúa al dedicarse más área a las superficies pavimentadas que a las zonas con vegetación y a las masas de agua y es aquí nuevamente donde los espacios verdes juegan también rol de resiliencia de las ciudades.

Estamos frente a una oportunidad en la cual las ciudades deben adoptar un enfoque de planificación más ecológica, el cual incorpore un diseño basado en la naturaleza para hacer las urbes más habitables y resistentes. También significa gestionar las ciudades como ecosistemas y comenzar hacer ajustes graduales y emprender revisiones radicales para mejorar sus espacios verdes. Esto implica que cuando nos referimos a la restauración de ecosistemas, hablamos del tamaño, la calidad de los parches, los corredores y las matrices de espacios verdes con capacidad de sustentar la biodiversidad. Sumado a ello esto podría generar administración comunitaria y empleos  a través de una propuesta de reactivación económica basada en el mejoramiento y aumento de los espacios verdes de la ciudad.

Cuando pasemos esta dura experiencia, deberíamos cambiar nuestra forma de pensar sobre los parques de la ciudad y verlos como infraestructura esencial que garantiza la protección y la inversión para acomodar mejor a nuestras crecientes poblaciones urbanas y reflexionar cuanto nos hubiera servido tener grandes parques urbanos para hacer más llevadero el confinamiento porque la mayoría de ciudadanos urbanos no tienen posibilidades económicas para visitar un parque nacional.

Los datos dibujan una emergencia en la biodiversidad tica

“Este es un artículo de opinión publicado originalmente en el Suplemento Ojo al Clima del Semanario Universidad, del 17 mayo del 2019

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El reciente informe de la Plataforma de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (Ipbes) menciona y advierte sobre la pérdida de biodiversidad y la velocidad con que está sucediendo a nivel global. Costa Rica parece no escapar a los datos revelados por el informe si revisamos algunos datos históricos recientes que advierten sobre la pérdida de biodiversidad en todos los tipos de ecosistemas que se presentan en el país. Los datos son alarmantes a nivel marino, en los bosques, entre aves y en especies terrestres.

En el contexto marino se conoce que el recurso de sardina ha mostrado una disminución progresiva desde 1975 a la actualidad y que, a partir del año 2007, los niveles de captura de camarón en la flota semi-industrial han tenido una fuerte caída, con tasas de decrecimiento anual de 15,4%. Así, la caída acumulada en el periodo 2007-2013 fue de un 45%. También se reporta que dos especies de tiburón, el martillo (Sphyrna lewini) y el sedoso (Carcharhinus Falciformis), han experimentado una reducción de ~ 90% y 80%, respectivamente en sus poblaciones. Estos datos evidencian que el país ha venido paulatinamente perdiendo biodiversidad y que al menos en este caso obedece a sobreexplotación pesquera.

En el ámbito forestal el informe sobre el Estado de los Recursos Genéticos Forestales en Costa Rica publicado en 2012 señaló que el 87% de las 688 especies forestales evaluadas  tenían algún grado de amenaza, de las cuales el 29% se encontraban en estado crítico, 14% amenazado, y 43% vulnerables.

En 2015 el Inventario Nacional Forestal publicó que en Costa Rica existen aproximadamente 2.078 especies arbóreas, lo que correspondería a un 20% del total de la flora arbórea mundial. Se documentaron en varios estratos, incluyendo 98 especies en el bosque de palmas, 893 en el bosque maduro, 904 en el bosque secundario, 166 en los pastos con árboles y 17 especies en manglares.

El inventario encontró 11 de las 18 especies de árboles catalogadas como en peligro de extinción. Entre las halladas, 7 están consideradas en el decreto ejecutivo 25700 como especies en veda. Estas especies fueron detectadas principalmente en el estrato Bosque Secundario, con un 59% del total de la frecuencia. Las especies en peligro de extinción se distribuyen principalmente en la región Pacífico Norte y Valle, seguido por la región Pacífico Central y Pacífico Sur, mientras que en la región Caribe Central y Caribe Sur prácticamente no se encontraron especies en esta categoría.

De las 18 especies consideradas en peligro de extinción y vedadas, incluidas en el decreto mencionado anteriormente, siete no fueron encontradas en el inventario lo que en alguna medida advierte el crítico estado de ellas, pudiendo pensarse incluso en que algunas de estas podrían estar ya casi extintas en Costa Rica. Las especies en esta condición son: Caryodaphnopsis burgeri, Cedrela fissilis, Copaifera camibar, Cordia gerascanthus, Couratari scottmorii, Guaiacum sanctum, Myroxylon balsamum, Paramachaerium gruberi, Parkia pendula, Podocarpus guatemalensis y Sclerolobium costarricense.

En relación a los humedales, el último inventario nacional reveló que solamente un 58% de la extensión de los humedales del país se encuentran en buen estado de conservación, considerándose que  el restante 42% se presentan como humedales alterados, debido a que se encuentran bajo la influencia de algún proceso antrópico que perjudica su condición natural.

Un estudio de largo plazo donde se mide la abundancia y diversidad de poblaciones de aves en la zona sur publicado en 2019 señala que un 60,5% de las poblaciones están declinando. En general, la proporción de especies en declive en áreas de bosque fue de 1,7 para residentes y de 1,2 para las poblaciones de migrantes de larga distancia. Sesenta y dos por ciento de disminución fueron principalmente insectívoros, 25% frugívoros, 12% granívoros y 1% nectarívoros. A nivel de plantaciones de café la disminución fue de 1,8 para residentes y de 0,75 para especies migratorias. 49% de las especies presentan valores decrecientes en insectívoros, 18% frugívoros, 17% nectarívoros, 13% granívoros y 3% piscívoros.

En 2017 el Sistema Nacional de Áreas de Conservación actualizó el listado de las especies catalogadas como en peligro de extinción y con poblaciones reducidas y amenazadas (R-SINAC-CONAC-092-2017) y  estableció que 108 especies de fauna y 40 especies de flora están en peligro de extinción y 152 especies de fauna tienen poblaciones reducidas y amenazadas, a las cuales se les agregan  corales y 7 familias completas de flora.

El país sigue sin tener resultados de los sistemas de monitoreo de la biodiversidad a nivel nacional que ha diseñado, lo que dificulta conocer con certeza cuál es el estado de las poblaciones silvestres, ya que seguimos anclados en una visión de país verde si saber que pasa realmente con la biodiversidad. El país necesita mejorar la capacidad de conservación basada en datos científicos para aumentar las posibilidades de supervivencia para miles de especies en declive.

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Costa Rica mejoró su cobertura forestal. Ahora debe pensar en ecosistemas.

Artículo de opinión con adedum del publicado en Ojo al Clima el 2 de agosto del 2016

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Lo que Costa Rica ha hecho hasta ahora para revertir la pérdida de cobertura forestal es digno de reconocer y, en un mundo donde urgen estas acciones, es una obra monumental. Sin embargo, es hora de que el país empiece a valorar la distribución de su biodiversidad con una visión de ecosistemas de manera oficial mucho más amplia que solo ver cobertura forestal.

Algunos autores han remarcado el hecho de que la mayoría de esa cobertura forestal corresponde a bosques secundarios donde aún queda mucho por hacer para evaluar su calidad ecológica.

Otros han advertido sobre el estado de algunas especies forestales consideradas amenazadas y en peligro de extinción. Aunque protegidas desde 1997, el reciente Inventario Nacional Forestal advierte que de las 18 especies de árboles consideradas en peligro de extinción y vedadas, 11 no fueron encontradas. Esto en alguna medida advierte su crítico estado, pudiendo pensarse incluso en que algunas podrían estar casi extintas en Costa Rica. Otros también han advertido que el país nunca tuvo menos del 40% de bosques como tradicionalmente se ha manejado en círculos políticos oficiales.

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Por otra parte, en 2007 el Sistema Nacional de Áreas de Conservación hizo el análisis de vacíos de conservación utilizando el sistema de clasificación de unidades fitogeográficas, este sistema de clasificación establece que en el país hay 33 unidades fitogeográficas lo que significa que encontramos 33 formas diferentes de composición de la vegetación reflejando así la diversidad de ecosistemas con que cuenta el país a nivel terrestre y que contiene más detalle que cuando simplemente hablamos de bosque y no bosque. El informe  publicó lo siguiente:

“Hay 7 Unidades Fitogeográficas (07b, 9a, 11a, 12a, 13a, 15a, 16a) que no cuentan con parches > 1000 ha del todo (0 % de cumplimiento de la meta de representatividad ecosistémico establecida), ni dentro ni fuera del Sistema de ASP con protección permanente. Estas UF se consideran extintas en Costa Rica. Es necesario realizar esfuerzos muy dirigidos hacia la restauración y recuperación de estas UF usando los fragmentos <1000 ha que aún quedan dispersos en el país. Únicamente de las UF 09a y 11a se encuentran parches > 500 ha. De las otras 5, aunque existe cobertura remanente los fragmentos son aún menores”.

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A lo anterior debemos agregarle que en el V Informe que presenta a la Convención de Biodiversidad en 2014 el país menciona que los ecosistemas de palmas, páramos, aguas subterráneas, ríos y riachuelos, lagos, lagunas y lagunetas así como los manglares mantienen una tendencia a la disminución.

Es claro que el país ya ha tenido la experiencia de poder revertir la cobertura forestal, si bien sabemos no puede ser atribuido a un Gobierno en específico o a una política específica sino al resultado de la combinación de una serie de causas donde ha estado involucrado cambios en los mercados, una legislación más rigurosa, incentivos económicos  y una voluntad de invertir para monitorear al menos su extensión.

Por otra parte la experiencia de más tres décadas de restauración de los ecosistemas de bosques seco en el Área de Conservación Guanacaste refleja que el país tiene todos los elementos necesarios –ciencia, experiencia y recurso humano de alto nivel– para emprender una cruzada de promover una política más integral de recuperación o restauración de ecosistemas en el país.

Esto último –a excepción de la mencionada recuperación  en el Área de Conservación Guanacaste– es un compromiso del país asumido desde hace rato ante la el Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) y que está pendiente como programa oficial. Ahí se establece que cada una de las partes deberá, tanto como sea posible y apropiado, “rehabilitar y restaurar los ecosistemas degradados y promover la recuperación de las especies amenazadas, más que nada a través del desarrollo y la implementación de planes u otras estrategias de manejo” en cumplimiento a la vez de las Metas 14 y 15 de Aichi.

En síntesis al país le urge cambiar o ampliar su leguaje de cobertura forestal por cobertura de ecosistemas y hacerlo de manera oficial. Con ello podrá guiar las políticas de desarrollo y así lograr el mantenimiento y recuperación de su enorme biodiversidad.

Iniciando la tarea de llevar la ciencia del cambio climático a todos los niveles

El cambio climático es el nuevo desafío de la humanidad, algunos lo ven lejano porque todavía se discute alrededor de el en un leguaje futurista pero en realidad las evidencias que se empiezan acumular revelan que el proceso ya comenzó y que por supuesto nuevas y crecientes evidencias apuntan que durante el siglo XX el planeta tierra sufrirá cambios significativos en las precipitaciones, las temperaturas, el nivel de lo océanos y en la ocurrencia de fenómenos hidrometereológicos extremos.

A lo largo de los últimos 7 años he estado involucrado en el estudio y desarrollo del conocimiento alrededor del tema principalmente en la región mesoamericana, aunque, en algunas ocasiones incursionando en el resto de América Latina y conociendo que la región de Centroamérica es una región donde se localizan algunos de los países con mayor biodiversidad del planeta y alta disponibilidad de agua dulce, pero con un marco de alta vulnerabilidad, y con países que tienen importantes debilidades para la adaptación y mitigación. Es por ello que me he propuesto a través de este medio ir dando a conocer información que llega a mis manos y tratando de hacerla más digerible para un público no especializado pero interesado en cómo va el desarrollo del tema en la región principalmente en la parte del conocimiento científico.

Bienvenidos amigos lectores…